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Caso de una secundaria

A Jonathan le gusta el relajo, llevarse pesado con sus cuates y golpearse con ellos “jugando”. En la escuela le dicen Cabezón y sus maestros lo conocen porque en una semana llegó a acumular más de dos citatorios para sus padres, debido a su mala conducta.
Apenas cursa el segundo año de secundaria y muy pronto aprendió a comunicarse con sus amigos a golpes: “nos llevamos a empujarnos, riñas no, somos amigos”.
El grupo de 15 jóvenes con el que se reúne durante el recreo tiene una regla: estar juntos o de lo contrario te tocará “pasar” por una lluvia de patadas y trancazos. Participan de lo que se conoce como bullying, es decir, la intimidación o maltrato que se da entre escolares. Una actividad común en los planteles educativos, que ha comenzado a ser estudiada por la Secretaría de Educación del Distrito Federal, dependencia que ya prepara un programa de intervención para este año.
Uno de los cuates de Jonathan se llama Miguel Ángel, tiene 16 años y su andar refleja que pertenece a una bandita; habla lento, como arrastrando las palabras y deja escapar muchos nopsss, ssschale, queeé passssoó.
Golpes en la espalda y patadas lo identifican como parte de un grupo al que se siente orgulloso de pertenecer porque llevarse pesado —dice— le produce diversión.
Sus compañeros lo llaman El Mamizo, pero él asegura desconocer el origen del mote: “Me lo pusieron… no seeeé, por pinches locos”. Los estudiantes de menor edad y tamaño son quienes sufren los malos tratos de sus compañeros, según una investigación realizada por el gobierno local y la Universidad Intercontinental. Isaac cursa el primer grado y es uno de ellos.
Mientras sube las escaleras rumbo a su salón recibe empujones de los mayores y se mantiene callado porque responder puede generarle problemas: “No les digo nada, nada más me subo”. Ani, Karen y Ástrid han visto actitudes similares en las mujeres de su generación, que atribuyen a simple maldad.
Ellas cursan el tercer grado de secundaria y han atestiguado la forma en que se comportan algunas de sus compañeras: “Les gusta llevarse así (con zapes y golpes) para echar relajo”.


Las reglas que han modificado conductas

Pero en la Secundaria Técnica 50 existen reglas que todos se ven obligados a cumplir, como usar las escaleras que corresponden a cada sexo, avanzar en tiempos distintos a sus salones después de la formación, y evitar enfrentamientos dentro del plantel.
Luis Rodríguez Avilés y David Navarro Pérez, director y subdirector de esta escuela, respectivamente, explican que hasta el ciclo escolar anterior muchos niños manoseaban y empujaban a las niñas al dirigirse a sus salones, por lo que se reforzaron algunas medidas. Entre ellas, usar escaleras distintas por género, no hacer formación en el descanso, vigilar todas las áreas del plantel, evitar las banditas e identificar a los estudiantes problemáticos.
“Tenemos identificados a los agresores y la mayoría son de familias disfuncionales y por eso quieren llamar la atención, pero tenemos un programa de atención a los papás todos los jueves”, comenta el subdirector.
Sólo así Jonathan moderó su comportamiento en la escuela y ahora resulta hasta raro que sus padres sean citados por los profesores para hablar sobre su conducta.
Para acercarse más a los estudiantes, el director participa con ellos en partidos de futbol, se dan asesorías a contraturno a quienes tienen problemas en el aprendizaje, y un maestro se dedica a despejar las dudas sobre tareas.
También se ha integrado un grupo de excelencia para motivar a los estudiantes a ser los punteros en sus grupos y recibir como premio visitas a museos, parques de diversión o empresas.
Para evitar que los adolescentes se confronten con los de la secundaria diurna que tienen como vecina en la zona, los directivos de la técnica han establecido un horario distinto de salida con 20 minutos de diferencia. Los muros de la escuela exhiben cartulinas que destacan distintos valores como el respeto, la paz, la humildad y la tolerancia.

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